Recordó aquella charla que tuvo con su padre. Recordó que le dio todas las balas del revolver, excepto una, que la guardó por desobediencia o por orgullo. No recordó los concejos recibidos.
No soportaba la idea de convivir con una mujer que conoció otros hombre antes que a él. Tenía la imagen de la esposa ideal cuando aquel fatídico viernes, como quien suelta palabras de gracia, reveló no haber llegado virgen al matrimonio.
El martes 26, a las 13, sonó el teléfono. Ella se bañaba y vio la sombra detrás de la cortina. En el silencio oyó el latir de su corazón.
Otra vez el teléfono y seguido, un disparo, y cayó, cayó envuelta en la cortina de nylon con una bala en el pecho y luego, una puñalada en el estomago, aseguró su muerte.
Él permaneció con el arma en la mano. Una paz distante y una triste sonrisa en el rostro lo acompañaban en la solitaria escena, junto a la mujer que alguna vez amó.
El agua de la ducha corriendo entre las formas creadas por el nylon, manchó de rojo la rejilla y salpicó el facón clavado en el cuerpo.
Carnicero de su crimen quiso ser y esconder las evidencias en los vientres de desnutridos animales callejeros. Tomó medidas al cuerpo y al horno y sacó los cálculos.
Al quitar el cuchillo del estomago salieron de la herida miles de cucarachas que cubrieron el cuerpo y, en un acto reflejo, retrocedió y cayó en la bañera mientras veía cómo el cadáver, revestido de insectos, se erguía y avanzaba sobre él.
Otra vez el teléfono sonaba, el agua de la ducha corría y la rejilla, otra vez, se teñía de rojo.
1 Comentarios:
ME GUSTO... AHORA
TE TOCA LEERMELO!! JE..
Publicar un comentario